PEDRO PABLO ATUSPARIA Y UCHCU PEDRO LA REBELIÓN CAMPESINA
DE ANCASH EN 1885
Escribe: Luis Guzmán Palomino
"La emancipación fue la resultante de una obra urbana
y criolla", escribió alguna vez Jorge Basadre, y, ciertamente, su
programa no consideró ningún carácter de reivindicación social de
las clases oprimidas. No tuvo la fisonomía agraria que hubiese permitido
la redención de las mismas y por ello, a pesar del advenimiento de
la independencia, se mantendrían las causas de la agitación social.
Así, mientras en las haciendas de la costa van a sublevarse los negros,
individual y colectivamente, contra la esclavitud, en la sierra los
indios van a continuar rebelándose contra la servidumbre en las haciendas,
y contra la fiscalización excesiva que se les imponía, en el caso
de las comunidades indígenas.
La republica en casi nada había cambiado la situación del indio; y
se manifestó en la sierra la recomposición del feudalismo. Al respecto,
Jean Piel ha escrito: "La republica mantiene la existencia del tributo
colonial bajo formas nuevas, contribu-ción de indígenas hasta 1854,
contribución personal hasta el siglo XX, y la mita sobrevive gracias
a los obligados servicios personales gratuitos: repúblicas, faenas,
mitas y conscripción vial". Por ello, el indio no cesaría de rebelarse
contra el sistema que lo oprimía, ayer en la colonia y ahora en la
república.
Una rebelión antifiscal típica, de clara motivación económico-social,
a decir de Mariátegui, fue la que estalló en Huaraz el ano 1885, bajo
el liderazgo del alcalde indio Pedro Pablo Atusparia.
Por entonces se hallaba el Perú en una situación catastrófica. Había
terminado la guerra con Chile y la firma del tratado de Ancón determinó
la perdida para el país de sus yacimientos salitreros; al mismo tiempo,
los de guano se habían agotado y las exportaciones disminuían de manera
sensible.
En la presidencia fue encumbrado el general Iglesias, gobernante impuesto
por Chile, quien en su afán de amenguar la ruina del erario restableció
el pago de la "contribución personal" de indígenas, ascendiente a
dos soles de plata, suma excesiva para el presupuesto indio, más si
se tiene en cuenta que los soles incas, única moneda usada en el campo,
habían sido devaluados al décimo de su valor nominal, con lo cual
el impuesto real era de veinte soles incas.
En Huaraz, población terriblemente asolada por la guerra, el prefecto
Javier Noriega, encargado de hacer cumplir tal disposición, iba a
mostrar una conducta por demás abusiva. Aparte del tributo, Noriega
resucitó las "repúblicas", faenas de carácter gratuito, manifestación
tardía de la mita colonial. Bien se puede inferir lo que significó
la republica, en sus dos acepciones, para los indios.
Noriega conminó a las comunidades de Huaraz llevar a cabo la refacción
de la Corte de Justicia Departamental, "símbolo del aborrecido poder
judicial -dice Piel- que siempre se ejerce a expensas de los indios".
A estos abusos se agregó el despojo gradual y reciente de las tierras
de las comunidades, por gamonales en contubernio con políticos y jueces
y la obligatoriedad del "presente", tributo en especies (lana, gallinas,
cuyes, huevos, etc.), que cada sábado los indios debían entregar a
las autoridades.
Imposibilitados de pagar el tributo y considerando humillante el trabajo
de las "republicas"; los indios reunidos en asamblea nombraron por
su delegado a Pedro Pablo Atusparia, alcalde de la comunidad de Marián,
encargándole presentar al prefecto un memorial pidiendo respetuosamente
se aboliese, o al menos se redujese al 25 por ciento, la contribución
impuesta y se suprimiesen las "republicas".
Cerca de cincuenta alcaldes indios firmaron un memorial, que redactado
por un tal doctor González fue presentado al prefecto, provocando
en éste la reacción más violenta: ordenó arrestar a Atusparia y lo
sometió a tortura, esperando delatase al mestizo que había escrito
el documento. En conocimiento del atropello, los demás alcaldes indios
acudieron a la prefectura solicitando la liberación de su delegado.
A la sazón, Noriega había salido para Aija, por asuntos particulares,
y quien se enfrentó a los alcaldes indios fue José Collazos, individuo
carente de escrúpulos que lejos de atender la solicitud se burló de
ella, ordenando además a sus gendarmes cortar las trenzas de aquellos.
Esto colmó la paciencia, puesto que entre los indios las trenzas eran
símbolo de autoridad. Y entonces se desató la rebelión.
Acaudillados por sus alcaldes y regidores, y armados de machetes,
hondas, rejones y algunos fusiles, empezaron los in-dios a bajar a
la ciudad de Huaraz el 2 de marzo de 1885. Collazos, que contaba con
70 hombres de caballería, 120 de infantería y otros 100 del batallón
Artesanos, ordenó detener el avance indio a balazos. Pero esta fuerza
no pudo evitar que al día siguiente una multitud consumara el asalto,
masacrando a la gendarmería. Collazos logró escapar a duras penas,
con algunos de sus colaboradores.
Atusparia hizo lo posible por evitar el pillaje; consiguió que se
respetaran las propiedades de los "mistis", pero no pudo detener el
saqueo de los comercios de chinos. El 4 de mazo el caudillo, a la
cabeza de unos ocho mil indios, era dueño de la ciudad; disponía de
trescientos fusiles y de la pólvora del cuartel que cayó en su poder.
Los vecinos de Huaraz procuraron, en principio, mantenerse al margen
de los hechos; la rebelión era contra las autoridades y no contra
ellos. Luego la justificaron en parte, pues el 8 de marzo la ciudad
en pleno celebró una misa de gracias por el triunfo obtenido.
Ese día, Atusparia, director supremo, nombró como nuevo prefecto al
abogado Manuel Mosquera, agente político de Andrés Avelino Cáceres,
a la sazón en guerra civil contra el presidente Miguel Iglesias. Mosquera
aprovechó la situación para hacer firmar un acta entre los vecinos
desconociendo al gobierno chilenófilo. Luis Montestruque, un intelectual
mestizo, fue nombrado secretario general del movimiento; fue él quien
editó el periódico titulado "El Sol de los Incas", desde cuyas páginas
reclamó la restauración del imperio de los Incas. "Carente de programa
y doctrina -dice José Carlos Mariátegui-, la rebelión triunfante se
sintió impotente para trasformarse en revolución. Había sido un levantamiento
instintivo y desesperado y como tal no podía aspirar a mucho. Con
un ideólogo como Montestruque y un tinterillo como Mosquera, la insurrección
indígena de 1885 no podía tener mejor suerte".
Sin embargo, la rebelión se extendería por las provincias vecinos
con bastante éxito. Por entonces se unió a los rebeldes el obrero
minero Pedro C. Cochachin, quien poco después se convirtió en principal
motor del movimiento.
Para abril los partidarios de Atusparia eran fuertes en todo el Callejón
de Huaylas; Carhuas, Yun-gay, Caraz y Huaylas estaban en su poder
y los guerrilleros de Cochachin, más conocido por Uchcu Pedro, vigilaban
las salidas hacia la costa. Aislados del movimiento solo quedaron
los hacendados, quienes en salvaguarda de sus intereses armaron milicias
entre chinos y zambos.
A lo más, los rebeldes podían aspirar a trasformar su región en un
enclave autónomo, esperando que en el resto del país siguieran su
ejemplo sus hermanos de raza. Mira difícil de alcanzar; no obstante
que en el tiempo precedente se habían sucedido varios movimientos
con similares ideales, el principal de los cuales fue el encabezado
por Juan Bustamante en el altiplano.
El gobierno republicano, en el cual ellos no tenían representatividad
ni defensores, no tardaría en volverlos a someter. Ba-ses muy endebles
sostenían la rebelión. El retorno romántico al imperio incaico -señala
Jean Piel- era como plan tan anacrónico como la honda y el rejón como
armas para vencer a la república.
Conocedor de los hechos, Miguel Iglesias el presidente de facto, impuesto
por los chilenos, nombró como nuevo prefecto al coronel Iraola, el
15 de abril de aquel año. Iraola marchó a la zona convulsionada con
la expedición punitiva que, al mando del coronel Callirgos, conformaron
dos batallones de infantería, un regimiento de caballería y dos brigadas
de artillería. A ellos habrían de sumarse luego los chinos y zambos
que cedieron los hacendados.
Desembarcado en Casma, el nuevo prefecto confirmó la supresión de
toda fiscalidad extraordinaria y de todas las faenas gratuitas, dispuesta
anteladamente por el gobierno bus-cando quitarle razón de ser a la
rebelión. Las tropas gubernamentales marcharon por Quillo hacia Huaraz,
constantemente hostilizadas por los guerrilleros de Uchcu Pedro, quien
envió varios mensajes a Huaraz dando cuenta de los sucesos.
Noticiado Atusparia ordenó a Mosquera salir con las huestes rebeldes
a contener el avance de Callirgos. El oportunista tinterillo, viendo
el desfavorable cambio de la situación, rehuyó aceptar el encargo.
Atusparia lo destituyó de inmediato y nombró en su lugar a Pedro Granados,
mientras el idealista Montestruque marchaba a la cabeza de los indios
en demanda de las tropas del gobierno.
El 21 de abril se produjo la sangrienta batalla de Yungay, con la
total derrota de los rebeldes; Montestruque murió heroicamente, defendiendo
con honor la noble causa. Y Uchcu Pedro, que lo sucedió en el mando
de los rebeldes, consideró obligada la retirada a Huaraz, pues mientras
las fuerzas represivas se iban acercando a esa ciudad se sucedían
graves desacuerdos entre varios alcaldes indios.
El 4 de mayo cayo finalmente Huaraz, luego de sangriento combate.
Atusparia, herido en una pierna, buscó asilo en casa del español Julio
Aristobel, de donde fue luego conducido a la del inspector de cárceles.
Intercedieron por su vida varias damas de Huaraz, a las que salvara
antes de los excesos de sus hombres, por lo que Iraola le concedió
garantías.
Aun el 11 de mayo, a la cabeza de cincuenta mil indios, Uchcu Pedro
intentó reconquistar la ciudad, pero fue contenido con gran matanza
de sus tropas. Siguió a ello una terrible represión, fusilamientos,
torturas y violaciones de mujeres, crímenes cometidos por la soldadesca
y los milicianos chinos y zambos.
Entre el 12 y el 25 de mayo, a instancias de Atusparia, la mayoría
de los alcaldes indios se sometieron al nuevo prefecto. Sólo Uchcu
Pedro continuó en la lucha, pero finalmente cayó en una celada y fue
fusilado, la tarde del 29 de setiembre.
Así terminó la sublevación india campesino-minera de Atusparia y Uchcu
Pedro, una de las tantas que -como recuerda Mariátegui- fracasó por
falta de fusiles, programa y doctrina. En junio de 1886 Atusparia
viajo a Lima, llegando a entrevistarse con Cáceres, el nuevo presidente,
quien se dice le ofreció un puesto público en Huaraz, que el líder
indio se negó a admitir.
Un periódico limeño de la época anota que Atusparia solicitó para
su pueblo tierras, escuelas y un mejor trato. Volvería luego entre
los suyos, quienes para entonces ya no lo estimaban como antes, considerando
que había traicionado su causa. Un profundo abatimiento acompañó a
Atusparia en sus últimos días, pues creyó que la reivindicación de
sus hermanos oprimidos tal vez nunca se lograría. Aislado en Marián,
le sobrevino la muerte a principios de julio de 1887, a decir de su
biógrafo Augusto Alba Herrera. Su hijo Manuel Ceferino Atusparia,
reveló años más tarde que su padre murió envenenado.
Referencias bibliográficas:
Alba Herrera, C. Augusto. Atusparia y la Revolución
Campesina de 1885 en Ancash. Ediciones Atusparia. Lima, 1985.
Álvarez Brun, Félix. Ancash, una historia regional
peruana. Lima. Ediciones P.L.V., 1970.
Mariátegui, José Carlos. Pr6logo al libro El Amauta
Atusparia, de Ernesto Reyna, inserto en: Ideología y Política, volumen
13 de sus Obras completas. Empresa Editora Amauta, Lima, 1977, pp.
184-188.
Piel, Jean. Rebeliones agrarias y supervivencias
coloniales en el Perú del siglo XIX, publicado en la "Revista Museo
Nacional", tomo XXXIX, Lima, 1973, pp. 301-314.
Reyna, Ernesto. El Amauta Atusparia, Ediciones Amauta,
Lima, 1930.