Los Andes, desde sus nacientes en
el Océano Pacifico hasta sus más altas y blanquecinas cumbres, pasando por
los valles interandinos hasta llegar al territorio amazónico, han sido
perenne fuente de inspiración para el Runa, poblador de esta parte del mundo.
Él supo transformar la materia con gran sapiencia y habilidad, por lo que sus
obras han merecido el aprecio de propios y ajenos, tanto por su calidad
estética cuanto por la magnificencia de su técnica.
Allí están para muestra los
ceramios Moche con representaciones de diversos estados del espíritu; y los
multicolores Nazca, de una hermosura insuperada. Similar admiración despierta
el arte textil Paracas, la orfebrería Chimú, la arquitectura Wari, la
agronomía Inka, el arte musical de singulares acordes pentatónicos; en fin,
toda una gama de realizaciones propias de una de las cinco grandes
civilizaciones que conoció el mundo antiguo.
Mucho de ese legado cultural
perdura. El aprovechamiento del espacio y el adecuado manejo ecológico se
presentan como ejemplos de un pasado que es a la vez presente y porvenir.
Como también usos y costumbres de una civilización que basó su desarrollo en
los vínculos solidarios del perviviente ayllu. Pese a haber transcurrido más
de 500 años de opresión política y económica, el pueblo de los runas, el
mundo indígena (Runapacha), no ha podido ser aniquilado culturalmente. Fiel a
sus tradiciones, a su historia y a sus raíces, mantiene latentes sus
capacidades creadoras. Aprendió a sintetizar los aportes propios y ajenos
logrando preservar la perdurabilidad de aquello que entendemos como lo
andino.
Así, utilizando lo barroco creó
expresiones inéditas en la pintura y escultura. Le fueron impuestas las
cruces y en ellas aparecieron cóndores, pumas, amarus, el Sol, la Luna, etc.
La guitarra se transformó en charango, arrancándosele nuevos y alucinantes
acordes. En fin, las tradiciones populares se transformaron, a la vez que
fueron adoptándose nuevas costumbres, pero sin menoscabo de lo autóctono pues
se supo mantener la esencia.
Runapacha está en la plenitud de su vida y cultiva la memoria,
base de su identidad. Pese al secular desprecio de quienes la han oprimido,
mantiene y acrecienta su esperanza en que está por advenir un tiempo nuevo.
Un tiempo nuevo de reivindicación y nuevo esplendor. Así lo dicen los mitos.
Y así lo reflejará la historia.