BASILIO
AUQUI HUAYALLA
HÉROE DE LA INDEPENDENCIA
Precursor de la victoria de Ayacucho
Por: Luis Guzmán Palomino.
Pampa Cangallo, tierra de los Morochucos, fue la tierra natal de este
notable patriota, allá por 1739, fecha calculada teniendo en
cuenta que frisaba los 75 años cuando en 1814 organizó
un escuadrón de caballería para iniciar la lucha contra
los opresores españoles. En esa tropa de Morochucos tuvo como
oficiales a un hijo y siete nietos suyos, por lo cual la unidad fue
conocida también como Escuadrón de los Auqui.
"Los Morochucos de Cangallo -escribe Luis Milón Bendezú-
brillaron como célebres jinetes, incansables soldados y baluartes
invencibles de la libertad. Comparables a los Llaneros de Venezuela.
Basilio Auqui encarna no sólo belicosidad del Morochuco, sino
la rebelión de una raza".
Fueron sus ancestros aquellos conquistadores españoles que
promediando el siglo XVI intentaron hacer del Perú una patria
independiente de España, y que al ser derrotados por los realistas
debieron buscar refugio en las comunidades altinas del Pampas, encontrándose
con la estirpe nativa para dar lugar a un mestizaje singular. En las
venas de los Morochucos corría por igual sangre de aguerridos
Pocras y Chancas, como también de almagristas, gonzalistas
y girones.
Basilio Auqui fue arriero de ocupación, es muy posible que
sus frecuentes viajes le permitieran conocer las inquietudes rebeldes
surgidas en tierras aledañas. Debió haber oído
hablar de Túpac Amaru, si consideramos que en la región
del Pampas prendió también el fuego de la revolución.
Y con seguridad tuvo contacto con los Angulo, Béjar y Hurtado
de Mendoza, al extenderse en toda Huamanga la revolución cuzqueña
de 1814. Salvajemente reprimida por los realistas, que realizaron
terribles matanzas en las alturas ayacuchanas, Basilio Auqui, sobreviviente
de esa guerra, debió confirmar entonces su postura antiespañola,
propagandizando entre su gente la vocación libertaria. Una
y otra vez los virreinales intentaron sojuzgar a los bravos Morochucos
sin que éstos amenguara un sólo momento la fe en la
victoria final. En Cangallo, el enemigo debió instalar una
fuerte guarnición, sucediéndose con frecuencia los encuentrso
entre ambas fuerzas.
Convencidos de que el acendrado amor por la libertad era irrenunciable
para los Morochucos, los realistas no buscaban sojuzgarlos sino más
bien exterminarlos totalmente. Los legendarios jinetes fueron de los
más tenaces defensores de la independencia proclamada en Huamanga
el 31 de octubre de 1820 y ofrecieron el concurso de sus armas al
ejército del general Arenales, en la primera campaña
del Ejército Libertador sobre la Sierra. Primero Ricafort y
luego Carratalá comandaron las tropas virreinales que pugnaron
por doblegar la belicosidad de los Morochucos, fracasando repetidas
veces. Tal por ejemplo fue lo que sucedió en noviembre de 1821,
según apunta Carlos Bendezú, uno de los biógrafos
del héroe:
" ... Mientras el jefe del regimiento fernandino buscaba a los
intrépidos Morochucos, Basilio, dotado de gran imaginación
y sentido militar, concibió y puso en ejecución el siguiente
plan: Concentró en su campamento todos los animales de labranza
de los alrededores, y baqueano en su terreno, ordenó barbechar
y mover la tierra de la pampa denominada Saccha, desviando el curso
de un riachuelo y formando un inmensa pantano, convenientemente disimulado
por malezas y arbustos... Los realistas, que exploraban el terreno,
divisaron a unos 400 jinetes Morochucos, desmontados y detenidos en
media pampa. El jefe realista, que no quería perder la oportunidad
de derrotarlos, decidió con prontitud atacarlos. Ordenó
cerrarles el paso y tomó sus disposiciones para el ataque,
colocando los escuadrones en línea... A la voz de ¡Ataque!
se inició la terrible carga realista, mientras Auqui y su gente,
mostrando serenidad absoluta, miraban con indiferencia el avance enemigo.
La caballería realista, como una tromba, penetró en
la pampa de Saccha, y sin que pudiera sospecharse ni evitarlo, caballos
y jinetes fueron a dar en el atolladero. Fue recién entonces
que Auqui y su escuadrón, en perfecto orden, dio inicio a un
ataque violento, empleando certeras hondas que lograron derribar de
sus cabalgaduras a los enemigos. Aquellos que no cayeron por la fuerza
de las piedras fueron tomados con lazos y ahorcados o degollados.
De este modo consiguieron en breves minutos destruir a los osados
jinetes realistas; de Estos, los pocos que escaparon fueron a la ciudad
y dieron cuenta al famoso Carratalá del descalabro sufrido
".
El gobierno independiente, informado de la hazaña, expidió
un decreto el 24 de noviembre de ese año, concediendo a los
cangallinos el derecho de llevar un escudo elíptico de paño
encarnado en el brazo izquierdo, con la siguiente inscripción
bordada en hilo de plata: A los constantes patriotas de Cangallo.
Pero casi al mismo tiempo, el virrey La Serna conminaba a Carratalá
para acabar lo antes posible con los Morochucos. Esta vez Carratalá
decidió encabezar personalmente la campaña, estableciendo
su cuartel general en Soras. Trabajó allí su estrategia
y el 27 de diciembre del mismo año trabó combate con
los patriotas. Fusiles y cañones enfrentaron a rejones, lanzas,
hondas y lazos. En la desigual contienda los cangallinos ofrecieron
su sangre a raudales, hasta que se produjo la hecatombe. Cangallo
tuvo que ser evacuada por sus últimos defensores, que se retiraron
por las alturas. De inmediato, el enemigo ocupó la villa, arrasándola
a sangre y fuego. Nada se salvó de la furia realista, ni siquiera
la iglesia cristiana, y sobre sus humeantes escombros Carratalá
fijó este cartel infamante, testimonio irrefutable de su barbarie:
" Queda reducido a cenizas y borrado para siempre del catálogo
de los pueblos, el criminalísimo Cangallo. En terreno tan proscrito
nadie podrá reedificar y se trasmitirá la cabeza de
la subdelegación a otro pueblo más digno; mayores castigos
dictará aún el brazo invencible de la justicia, para
que no quede memoria de un pueblo tan malvado, que sólo puede
llamarse nido de ladrones, asesinos y toda clase de delincuentes.
Sirva de escarmiento a todas las demás poblaciones del distrito
".
El final de esa crueldad infame fue la prisión de los Auqui,
por quienes ofreció recompensas, vivos o muertos. Sin sospechar
una traición, poco después ellos ofrecían sus
servicios para la trilla en la hacienda Cabra-Pata. Trabajaban allí
confiadamente cuando se vieron rodeados por una tropa de 200 realistas,
que habían sido conducidos por un traidor apodado Quinto. Sin
poder oponer resistencia, los Auqui fueron hechos prisioneros y se
les condujo al cuartel de Santa Catalina en la ciudad de Huamanga.
La farsa de juicio fue breve y la familia de patriotas Morochucos
fue sentenciada a la pena de garrote. Ella se verificó junto
al puente de Santa Teresa, presenciando Basilio la muerte de sus seres
más queridos antes de ofrendar su vida. Así se apagaron
para siempre los latidos de aquel corazón que palpitó
al servicio de la patria.
Cuna de tan extraordinarios hombres, Cangallo no podía morir.
San Martín, al conocer el infortunado final de los Auqui, quiso
rendirles un tributo de gratitud ordenando reedificar la que llamó
Heroica Villa de Cangallo, en cuya plaza principal habría de
levantarse un monumento. Años más tarde, Bolívar
quiso testimoniar a su vez un nuevo reconocimiento a tan valeroso
pueblo, concediéndole calidad como Heroica Provincia de Santa
Rosa de Cangallo.
Nuestros hermanos argentinos honraron también el recuerdo de
estos héroes y una de las más bellas calles de Buenos
Aires adoptó el nombre de Cangallo. Finalmente, con ocasión
de celebrarse el sesquicentenario de la victoria de Ayacucho, se inauguró
un busto en homenaje a Basilio Auqui, en la plazuela Santa Teresa
de esa ciudad.
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