Francisco Chichima fue el comandante del frente negro-indio que emprendió
en 1603 una rebelión libertaria en Vilcabamba. Perteneció a la nación
selvática de los Pilcozones, y su nombre hace suponer que alguna vez
fue cristianizado, durándole poco el afecto por los extranjeros, o
tal vez bautizado sin tenerse en cuenta su verdadero parecer, como
sucedió con frecuencia por aquellos años.
Es posible que combatiera a los españoles que penetraron en su tierra
por 1572, en una lucha donde: “chicos y grandes tomaron las armas,
dando aviso a toda la provincia”, logrando expulsar a los invasores
que sólo con la ayuda de la nación de los Manaríes, antiguos enemigos
de los Pilcozones, salvaron de ser exterminados.
Inteligente caudillo, Chichita advirtió que cabía un entendimiento
con los negros africanos esclavizados en los ingenios que los españoles
asentaron en los valles vilcabambinos de Quillabamba, Amaybamba, Hondará
y Huayobamba. Y así, logro formar un frente común contra los cristianos,
proyectando una rebelión para 1603.
Singular esa alianza, pues en ese tiempo -a decir del cronista Baltazar
de Ocampo y Conejeros- “los indios titulaban a los negros de señores
y los negros a ellos de perros”, apreciación quizá válida hasta nuestros
días. El propio informante, tal vez sin darse cuenta de ello, elogió
en su escrito al caudillo libertario, considerándolo “el más belicoso
indio de cuantos han habido en nuestros tiem-pos; pues tanta fue su
valentía que los mismos negros le nombraron su capitán... y fue tanto
el valor de este Francisco Chichima que siendo solo y los negros tantos
fue su capitán y caudillo, obe-deciéndole todos y temiéndole como
a la muerte”.
Entre los planes de los rebeldes figuraba tomar por asalto y destruir
los ingenios de Hondaró, Amaybamba y Huayobamba, propiedades de Nicolás
de Ormachea, Toribio de Bustamante y la viuda de Melchor del Peso,
respectivamente. Habían acordado, asimismo, la muerte de “todos los
señores de los ingenios y de sus mayordomos y otros muchos tratantes”.
Y se prepararon adecuadamente, abasteciendo los silos de las orillas
del río Pampas, llamado también Colcamayo, o río de las colcas. Y
convocaron a los esclavos del Cusco, Huamanga y Arequipa para plegarse
a la insurrección en cuanto ella estallase.
Ocampo entró casualmente en conocimiento de la trama. Siendo alcalde
de la santa hermandad había ordenado la prisión de dos mujeres, una
india y una negra, compañeras respectivamente de Chichima y de un
negro cimarrón a quienes se trataba de ubicar por considerarlos cabecillas
de una banda de salteadores.
Sometidas a tormento las mujeres y amenazadas con ser descuartizadas
si persistían en su silencio, pudo más en la negra el apego por la
vida pues hizo a continuación una larga y detallada confesión, sorprendiendo
al alcalde con la nueva del inminente alzamiento. Ocampo, que ejercía
su mando en la villa de Argete de Ongoy, custodiado por una reducida
escolta, envió inmediato aviso al corregidor Diego de Aguilar y Cardona
con dos indios fieles y dos negros “nacidos en casa”. Estos últimos
fueron interceptados por los rebeldes y arrojados a un río, pero los
indios llegaron a su destino, logrando que el corregidor despachara
auxilio de cincuenta soldados fuertemente armados, con municiones,
p6lvora y alimentos, además de apoyo de indios convertidos.
Entre tanto se había desatado la rebelión con el asalto e incendio
de la hacienda de Busta-mante, donde fueron muertos veinticinco indios
convertidos. Los españoles se reunieron precipitadamente con Ocampo,
en cuya casa trataron de hacerse fuertes, mientras los rebeldes los
cercaban. En tal trance llegó el refuerzo remitido por el corregidor
y tras varios combates la hueste de Chichima fue finalmente derrotada.
La mayoría de los rebeldes cayó prisionera, y se hubiese dictado sentencia
de muerte general de no ser necesarios los esclavos para terminar
la edificación del monasterio de San Antonio de Papua, que Bustamante
costeaba en el Cusco. En tal raz6n, Ocampo ordenó ejecutar a diez
de los mas connotados líderes libertarios, contándose Chichima entre
ellos.
¿Que mira abrigaron estos héroes libertarios? Suponemos que habrían
ambicionado apoderarse de las montañas donde padecieron explotación
y exterminio, para plantar en ellas un enclave independiente, a semejanza
de lo que hiciera Bayano en Panamá.
De cualquier forma, este movimiento debe ser considerado entre los
antecedentes primeros de la formación de una conciencia de clase contra
el poder opresor y una manifestaci6n temprana de la unión de grupos
oprimidos en contra de la elite dominante.
Referencias
bibliográficas:
Baltazar
de Ocampo y Conejeros: Descripción de San Francisco de la Victoria
de Vilcabamba, Lima, 1923.
Emilio
Choy: Trasfondo económico en la conquista española de América, en
Revista del Museo National, tomo XXVI, Lima, 1957.