Luchar
contra la opresión para alcanzar la libertad. Tal fue el ideal de
Manco Inca al desatar la guerra contra los conquistadores españoles
en 1536. Fue, sin duda, la lucha de mayor trascendencia en la historia
andina del siglo XVI, sin embargo de lo cual, varios de sus principales
episodios permanecen en el olvido.
Manco intentó sublevar todo el país, lanzando simultáneas campañas
contra las guarniciones españolas del Cuzco, Chile y Lima. Y poco
faltó para que la flamante Ciudad de los Reyes fuese entonces liberada,
presenciando sangrientos combates a uno y otro lado del Rímac. Fue
el noble príncipe Quizu Yupanqui quien lideró la campaña contra los
españoles de Lima y estas líneas se inscriben como un homenaje a su
gesta heroica y sublime holocausto.
El reciente retiro del monumento ecuestre que se erigiera a Francisco
Pizarro, y que por tanto tiempo hirió la dignidad nacional en la propia
plaza de armas de Lima, marca indudablemente un hito en la recuperación
de nuestros auténticos valores. Definiti-vamente, con ello, el alcalde
Luis Castañeda Lossio, deja un logro vital para la posteridad. Coincidentemente,
este año partió a la inmortalidad Juan José Vega, uno de los mayores
luchadores por la construcción de una auténtica historia patria. Para
él nuestro perenne homenaje.
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Tampu, capital de la resistencia
Primera preocupación de Manco en Tampu fue mejorar sus defensas
militares y planificar la producción agrícola: “llevó muchos indios
a Tambo (y) allí edificó muchas casas y corredores, y ordenó muchas
chácaras” (Guaman Poma, 1993: I, 310).
Quiso luego perpetuar el recuerdo de la epopeya libertaria, ordenando
que se pintara en la piedra su efigie de guerrero: “Y mandó retratarse
el dicho Manco Inca, y a sus armas, en una peña grandísima para que
fuese memoria” (Guaman Poma, 1993: I, 310). Viajeros del siglo XIX
pudieron ver todavía con cierta nitidez esa imagen, grabada en una
peña que se conoce como Incapintay, ubicada a la salida de Tampu,
camino de Urubamba. Leonce Angrand, a mediados del siglo XIX, reprodujo
en su libro de apuntes la pintura, y Charles Wiener, dos décadas después,
nos dejó esta descripción: “A dos kilómetros del pueblo, una roca
de la margen derecha (del Urubamba) exhibe una antigua pintura. El
sitio se llama Inca pintay. Se distingue, a treinta metros de altura,
destacándose en rojo sobre fondo amarillento, la silueta de un indio
que sostiene una masa con la mano izquierda. Emblema de una fortaleza”
(Wiener, 1993: 351). Ninguno de los viajeros citados conoció la crónica
de Guaman Poma, que es el único documento que nos permite afirmar
que el Inca pintay quiso preservar la imagen de Manco. Hoy sólo quedan
borrosos vestigios de ella; y nadie menciona el hecho histórico.
En Tampu recibió Manco Inca la adhesión de numerosos pueblos de diferentes
naciones, logrando en corto tiempo reorganizar sus huestes. Fue allí
donde decidió lanzar la campaña sobre Lima, a fin de evitar que Francisco
Pizarro socorriese a sus hermanos cercados aún en el Cuzco. El dato
de que en Tampu se organizó la campaña sobre Lima aparece citado con
detalle en la crónica de Murúa: “Después que Manco se hubo fortalecido
en Tambo, como hemos dicho, e hizo junta de muchos millares de indios
de todas partes, pareciéndole que si tomaba a Lima y destruía al marqués,
que en ella estaba con mucha gente, el Cuzco le vendría luego a las
manos, faltándole el aliento que de soldados le subía de allí. Determinó
de acometer primero a Lima, y así envió a ello a Quizu Yupanqui y
a Illa Topa y Puyu Willka a Lima. Y Quizu Yupanqui era capitán general
a quien los otros obedecían, y llevó orden de Manco Inca para que
toda la gente del Chinchaysuyo le siguiese, y con ella y la que llevaba
cercase a Lima y matase al marqués Pizarro y a todos los españoles
que con él estaban. Y así salió de Tambo, caminando por el camino
real” (Murúa, 1987: 240).
El optimismo de Manco no parecía condecirse con la realidad. Cierto
que las tropas incaicas enarbolaban una justa causa y que sus guerreros
estaban dispuestos a defender sus ideales hasta las últimas consecuencias.
Pero más cierto aún que en Lima se concentraba un numeroso ejército,
que recibía a diario refuerzos venidos por tierra y por mar, de diversas
regiones del Perú y de América. Pese a todo, la campaña tendría una
fase victoriosa.
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De Tampu a Lima
No debió ser muy numeroso el ejército con el que partió Quizu Yupanqui
desde Tampu, sede por entonces del cuartel general de Manco Inca.
La crónica india consigna que lo acompañaron “doce capitanes con mil
indios” (Guaman Poma, 1993: I, 302). Eso seguramente en referencia
a los nobles cuzqueños que con él partieron de Tampu. Aunque pocos,
ellos iban a mostrar una valentía digna de todo encomio.
En la sierra central Quizu Yupanqui captó múltiples adhesiones, sobre
todo a su paso por Apurímac, Ayacucho y Huancavelica, y más adelante
también en Huarochirí. Por igual se le reunieron contingentes de Huaylas,
Huánuco y Táramas. Algo más difícil fue el trato con los Huancas,
cuyos curacas anunciaron que lo secundarán en el momento preciso;
pero esa fue una falsa promesa, ya que en la hora crucial habrían
de defeccionar. En la ruta del Mantaro se evidenció lo latente de
la contradicción entre los nobles imperiales y los señores provinciales.
Mientras tanto, Francisco Pizarro en Lima, como sus hermanos en el
Cuzco, obtenía la adhesión de muchos miembros de la nobleza nativa,
cada cual al mando de un numeroso contingente guerrero. Sabedor del
odio que tenían a los orejones los curacas del Mantaro, Pizarro destacó
hacia Jauja a su aliado Cusi Rimachi, para obtener el apoyo de los
Huancas (Betanzos, 1987: 296) o al menos su neutralidad, lo que al
cabo pudo conseguir.
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Triunfos incaicos en la Sierra Central
Una vez que se sintió lo suficientemente fortalecido, Francisco Pizarro
envió socorro de tropas a sus hermanos. Por diversas rutas, una tras
otra, partieron las expediciones de Diego Pizarro, Gonzalo de Tapia,
Mo-grovejo de Quiñónez, Alonso Gaete y Francisco de Godoy. Todos,
con excepción de este último, hallaron la muerte a manos de las tropas
incaicas, que comandadas por el general Quizu Yupanqui avanzaron arrolladoramente
sobre Lima: “se volvió el Godoy a la Ciudad de los Reyes y dijo al
marqués lo que había sucedido” (Betanzos, 1987: 296).
En esos encuentros se alzó Quizu Yupanqui con un cuantioso botín,
que de inmediato remitió a Tampu: “topó de repente a muchos españoles
que des-cuidados iban al Cuzco... (y) dando sobre ellos los mató a
todos y tomó muchos despojos de vestidos de seda y paño y otras presas;
y mucha ropa, vino y otras cosas de Castilla, y negros y negras que
llevaban al Cuzco. Muy contento con el buen suceso y la presa que
había alcanzado tan sin peligro, lo despachó luego todo a Manco Inca”
(Murúa, 1987: 240). Los incaicos apreciaron también como trofeos los
pergaminos escritos que cayeron en sus manos.
En Tampu hubo grandes festejos al conocerse los triunfos en la sierra
central. Manco creyó que sus planes se cumplían y recompensó a su
capitán general enviándole como esposa a una bella princesa, otorgándole
además permiso para ser llevado en andas, premio que los orejones
estimaban en mucho: “Por agradecimiento de lo que había hecho Quizu
Yupanqui, le envió una mujer coya de su linaje, para él, que era hermosísima,
y unas andas en que anduviese con más autoridad, y le envió a decir
que se fuese luego a Lima y la destruyese, no dejando casa en pie
en ella, y matase cuantos españoles hallase donde quiera, que solamente
al marqués lo dejase vivo, y preso se lo trajese o enviase a donde
él estaba” (Murúa, 1987: 242).
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Pánico entre los españoles
El optimismo de Manco en Tampu era desbordante y quiso que los de
Hernando Pizarro conociese lo acontecido, para lo cual ordenó a escogidos
guerreros que los encararon desde muy cerca, “mostrándoles unas cabezas
de cristianos que ellos habían muerto, de los capitanes que enviaba
el marqués en socorro del Cuzco; (y) mostrándoles (además) ciertas
bulas, y tomaron algunas de ellas los cristianos” (Betanzos, 1987:
300).
En Lima cundió el pánico al saberse las nuevas traídas por Godoy,
pero el ánimo se repuso con la llegada de numerosos refuerzos venidos
desde el norte. De no haberse demorado más de un mes en tierra de
los Huancas, reclutando tropas de grado o de fuerza, Quizu Yupanqui,
cruzando la puna de Pariaccacca, hubiese encontrado a los españoles
muy desmoralizados. Pero les dio tiempo para rehacerse, lo cual fue
a todas luces un error, porque Pizarro pudo hacerles frente con más
de quinientos soldados españoles, otros tantos guerreros negros y
miles de “indios amigos”.
Al cabo, Quizu Yupanqui dispuso una ofensiva por tres frentes, ordenando
que “los Huancas, Angares, Yauyos y Chauircos entrasen por el camino
real de los llanos, que es Pachacámac... y el Quizu Yupanqui entrase
port Mama a salir a Lima el río abajo, y los de Tarama, Atavillos,
Huánuco y Huaylas viniesen por el camino de Trujillo, que también
es de llanos. Y con esta orden divididos cercaron a Lima una mañana,
y embistiendo luego pelearon con los españoles valerosamente” (Murúa,
1987: 242). El ataque se emprendió en los últimos días de agosto de
1537 (Guillén, 1994: 292).
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“Ea, barbudos, idos a vuestra tierra”
Al mando de esos contingentes marcharon los orejones, arrollando a
los indio pro-españoles que intentaron contenerles el paso. Se posesionaron
del cerro San Cristóbal, donde plantaron campamento, prosiguiendo
al día siguiente la lucha, con creciente éxito. Dice la crónica que
“se adelantaron tanto que entraron dentro de la ciudad, haciendo en
ella grandísimo estrago, y mataron muchos españoles e infinito número
de indios amigos” (Murúa, 1987: 242). Creyéndose vencedores, los orejones
lanzaban desafiantes gritos de guerra: “Ea, barbudos, enfardelar vuestro
ato y embarcáos, e idos a vuestra tierra” (Betanzos, 1987: 296).
Si hubiesen ingresado entonces por el sur los contingentes Huancas,
como se había acordado previamente, el triunfo habría sido completo.
Pero los Huancas no se hicieron presentes: “fue causa de no acabar
de concluir aquel día la jornada, el haberse detenido los Huancas
con los demás que con ellos venían, y no haber llegado a tiempo, que
si llegaran no quedara memoria de la Ciudad de los Reyes ni de los
españoles” (Murúa, 1987: 243).
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La caída de Quizu Yupanqui
De todas formas, el ímpetu de los orejones fue tal que cuando estaban
a un paso de proclamar victoria total, sucedió una tremenda desgracia
que cambió la suerte de la batalla. Valeroso hasta la temeridad, Quizu
Yupanqui había dejado sus andas, y combatía a pie, atrevidamente,
cuando un certero disparo de arcabuz lo tendió en tierra, hiriéndolo
de muerte: “Si la fortuna no les fuera favorable a los españoles..
aquel día se concluía la guerra asolando Lima. Pero andando en lo
más trabado de la batalla, le dieron a Quizu Yupanqui un arcabuzazo
en la rodilla, lo cual fue causa que, sintiéndose herido, se retirasen”
(Mu-rúa, 1987: 242).
La versión de Guaman Poma difiere en varios detalles, si bien coincide
en destacar el heroísmo del general incaico: “Quizu Yupanqui, que
corría como un gamo y que de puro ligero traspasaba por debajo de
los caballos; peleando saltó por una acequia de agua de Lati, en la
ciudad de Lima, y cayó, luego le lanceó y lo mató el dicho capitán
Luis de Ávalos de Ayala” (Guaman Poma, 1993: I, 302). Muy probablemente,
Quizu Yupanqui, cargado por sus leales, fue conducido en retirada
hacia Ate, donde debió tener otro percance.
Aunque no murió en Lima, así lo consignó otro informante: “Le mataron
al Quizu Yupanqui un jueves en la tarde” (Betanzos, 1987: 296). La
noticia se propaló rápidamente y cundió el desorden entre los rebeldes,
que empezaron a ser arrollados retirándose hacia el cerro San Cristóbal,
donde lograron rehacerse cuando caía la noche. Los españoles no se
atrevieron a seguirlos hasta allí y prefirieron encerrarse en la ciudad,
temerosos de una contraofensiva incaica.
Pero ella no se daría ya porque vino orden de emprender la retirada
a la sierra. Quizu Yupanqui no había muerto y sus guerreros se esperanzaron
en que se salvaría. Y aquella noche acamparon aún frente a la ciudad,
amenazadoramente, dando tiempo para que el capitán general fuese llevado
lo más lejos posible: “hicieron aquella noche grandes candeladas y
luminarias en el cerro do estaban hechos fuertes, y a medianoche se
fueron huyendo” (Betanzos, 1987: 296).
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Ironía de la historia
Sólo al amanecer los españoles advirtieron la retirada de los incaicos.
De casi seguros derrotados terminaban alzándose con la victoria, y
considerándolo un milagro divino, en señal de agradecimiento, se encaminaron
a lo alto del cerro que habían ocupado las huestes libertarias, plantando
allí una cruz, que sería llamada la cruz de la conquista.
Año tras año se repetiría esa peregrinación y la costumbre perdura
hasta el presente, en que las gentes de Lima veneran con fruición
el símbolo de la conquista. Nadie parece saber que en ese cerro, que
los españoles denominaron San Cristóbal, tuvo su fortín un ejército
de orejones venidos desde el lejano Tampu para libertar a la nación.
Lima rendía hasta hoy honores a Francisco Pizarro, genocida como pocos,
y al curaca Taulischusco, aquel que se arrodilló ante el opresor.
Y Lima para nada toma en cuenta al general Quizu Yupanqui, que en
rigor histórico tendría que ser uno de sus máximos héroes. Hoy que
a nivel oficial se pregona la construcción definitiva de nuestra identidad,
cobijamos la esperanza de que al fin llegue una justa reivindicación
para ese precursor de la liberación nacional.
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Reafirmación de la rebeldía incaica
Volviendo a nuestra historia, resta decir que larga fue la agonía
del líder libertario Quizu Yupanqui, pues exhaló el último suspiro
en Chinchaycocha, no sin antes exhortar a sus fieles que prosiguiesen
en la lucha: “Quizu Yupanqui hizo (que) le llevasen a Bombon, y de
allí se fue con todo su ejército a Chinchaycocha, donde murió de la
herida” (Murúa, 1987: 243). Sus leales seguidores, ahora comandados
por Illa Topa y Puyo Willka, lo enterraron en un lugar que permaneció
secreto, comprometiéndose ante su tumba a no cejar en la guerra a
muerte contra los españoles.
Noticia de ello llegó pronto a Tampu, que entonces se vistió de luto.
Manco Inca “recibió grandísimo pesar y tristeza, considerando la falta
que le hacía un capitán tan valeroso... (considerando además) cómo
se le desbarataban los pensamientos y designios que había en su mente
fraguado” (Murúa, 1987: 243). Honró póstumamente a Quizu Yupanqui,
entregando sus andas a un hijo que había dejado en Tampu el heroico
capitán general. Y dio orden a Illa Topa para hacerse fuerte en las
agrestes cordilleras, a fin de proseguir la resistencia a través de
la lucha guerrillera, que se desarrollaría en Pasco, Huanuco y Ancash.
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