Hace
unos años falleció Sergio Quijada Jara (1914-1990). En corto tiempo
dejaron de existir también José Sabogal Wiesse (1923-1983), Jorge A.
Lira (1908--1984), Josafat Roel Pineda (1921-1987), Efraín Morote Best
(1921-1989) y Emilio Mendizábal Losack, notables conservadores, estudiosos
y divulgadores de la cultura popular andina.
En 1989 se había cumplido el septuagésimo quinto aniversario del nacimiento
de Quijada Jara y el medio siglo de la publicación de su primer libro.
Por esos dos motivos, escribimos, entonces, una nota de homenaje que
empezaba así: Sergio Quijada tiene una obra intelectual valiosa, que
lo hace acreedor al reconocimiento y al a alabanza de todos nosotros.
Por eso, el mejor homenaje que se le puede rendir hoy, es releer, ordenar
y evaluar todo lo que ha escrito, a lo largo de media centuria.
Según el registro de Alberto Tauro del Pino (Enciclopedia Ilustrada
del Perú, Lima, 1987), el autor nació en Acostambo, provincia de Tayacaja,
en 1914; estudió Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
donde se recibió de abogado, en 1945. Desde entonces, ejercía la profesión
en la ciudad de Huancayo.
En Sergio Quijada Jara hay que admirar a uno de los primeras recopiladores
de la cultura popular de nuestra región, siguiendo el noble ejemplo
de Adolfo Vienrich; y también a uno de los iniciadores de la literatura
narrativa. Tuvo el gran acierto de mostrar el paisaje y el contorno
social, a través del relato y el cuento; y de recuperar la tradición
nativa del pueblo, mediante la compilación de cuentos, leyendas, canciones
y la descripción de las costumbres, como se puede ver en sus primeros
libros.
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LA
OBRA LITERARIA JUVENIL
En el inicio de su vida intelectual, Quijada Jara escribió tres piezas
literarias que no son tan conocidas como sus notables trabajos sobre
folklore. De ello dan cuenta dos pequeños libros de prosas líricas (Suspiros
del silencio, 1939; y Reliquias de madre, 1941) y un relato (Deshojando
la rosa, 1941). Después de publicar estos libras, lamentablemente no
volvió a internarse en el campo de la creación literaria, cuando todavía
era dable esperar nuevos frutos de él (por entonces, anunciaba la novela
Los pongos y un cuento quechua, La tragedia del Apanjoraicha). Más bien,
se dedicó de lleno ala investigación folklórica, alternando este menester
con el ejercicio de la abogacía. Suspiros del silencio es un libro de
"composiciones", según lo califica el propio autor (p.3). Se trata de
un breve conjunto de textos de prosa, de tono y estilo modernistas ("palabras
surgidas del corazón cargado de ilusiones"). La prosa que da título
al libro puede resumir el contenido de toda la obra: son tópicos sobre
el amor filial, el amor de la pareja, el sentimiento de la amistad,
la muerte y la esperanza. Con pasión de adolescente, describe las desventuras
de los amores pasajeros, y narra, con inusual fuerza expresiva, una
frustrada experiencia sentimental ("El idilio trágico de una flor campesina").
En su mayor parte, son recuerdos y relatos que evocan la infancia y
la adolescencia, escritos en un lenguaje sencillo, con resabios de escritura
romántica epigonal; o, más bien, bocetos de cuentos.
Lo destacable es el gusto por el paisaje y la pintura del escenario
regional ("una tarde bañada de sol, a la silla de un río de imponente
caudal...", p.54; "¿Recuerdas la vez aquella que nos conocimos. Bajo
la luna pálida de una noche de nostalgia?", p.21). No faltan pasajes
en los que el autor sabe extraer de la naturaleza sugerencias intensas,
como en esta imagen anunciadora de una tragedia: "El río Mantaro, abajo,
en las profundidades del abismo, se deslizaba quejumbrosamente, y, al
choque del oleaje en las cortaduras de las rocas, producía un ruido
retumbante, interrumpiendo así la eterna soledad y el silencio profundo
de la quebrada" (p. 64). La última composición ("Casita de campo") podría
ser el anuncio de su ulterior dedicación al conocimiento del terruño
("... evoco el campo, ese pedacito de tierra solitaria y triste donde
se guareció mi inocencia, allá donde me estremecía al más leve acontecimiento...”,
p. 76).
Reliquias de Madre es igualmente una colección de prosas líricas que
expresan sentimientos y reflexiones edificantes sobre el amor maternal.
El mayor encanto radica, tal vez, en sus vivencias del mundo rural y
en la presencia del paisaje campestre. Gastón Figueira, refiriéndose
a dichos temas, ha escrito: "Hay en ambos nobleza y delicadeza en esta
afectuosa voz que evoca ternura de una madre y ofrece una sucesión de
conceptos emocionales que encuentran su camino en el corazón del lector".
Deshojando la rosa (escrita, según el autor, en 1936), fue publicada
en 1941. Como los títulos precedentes, también es un libro de recuerdos
autobiográficos. Goethe decía que nada hay capaz de compensar "la dicha
de las primeras emociones". Esta experiencia sentimental parece motivar
los primeros escritos de Quijada Jara y explicar su constante recurrencia
a la niñez. El breve relato tiene el corte de las novelas románticas,
con sus infaltables ingredientes afectivos: la divinización de la mujer,
la pasión enfermiza, el dolor místico, la muerte por amor, el acendrado
recato y el sentimiento religioso, además de los diálogos cargados de
digresiones moralistas, a lo Jorge Isaacs y Severo Catalina (pp. 45-51).
La historia se sitúa en el mismo escenario que Serafín Delmar pintó
en algunos relatos de Los campesinos y otros condenados (1943), y, después,
Zein Zorrilla, en ¡Oh generación! (1988); en los breves cuentos interpolados
presenta aspectos de la vida campesina. En esto, se relaciona con Serafín
Delmar, uno de los primeras en abordar el tema rural en nuestro siglo.
Otro asunto destacable en la novelita es la travesía del estudiante
provinciano en la Capital y el contraste entre la vida rural y urbana,
que evoca al punto el cuento Warma kuyay de Arguedas. En Deshojando
la rosa se pueden encontrar, de paso, los antecedentes de la evocación
de Quijada Jara por el folklore. El protagonista, que visiblemente encarna
al autor, vive en un pequeño fundo, situado en la margen izquierda del
río Mantaro, cerca del camino real por donde discurren los arrieros.
"Es por esto que era lugar de descanso y de alojamiento de todos los
viajeras que continuamente transitaban entre Ayacucho, Huancavelica
y Huancayo" (p. 14). En las noches, los viajeros solían referir historias
de su vida y narrar cuentos, mientras el protagonista, dotado de aguda
sensibilidad, las escuchaba con deslumbrado interés.
Esta experiencia debió ser, sin duda, la fuente primigenia que nutrió
el conocimiento del autor, para abordar posteriormente el estudio de
la cultura popular. Los libros juveniles de Quijada Jara vendrían a
ser, entonces, los primeros ejercicios literarios que lo adiestraron
para consagrarse después a la disciplina en la que tanto descolló.
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PRIMEROS
ESCARCEOS PERIODÍSTICOS
Antes de la publicación de estos tres pequeños libros, Sergio Quijada
Jara había escrito artículos en diarios locales. Rastreando los periódicos,
editados en Huancayo en la década de 1930 (La Voz de Huancayo, La Prensa,
Democracia, Suplemento, etc.), se encuentran algunos textos redactados
por el autor cuando todavía era estudiante en el Colegio Santa Isabel.
Probablemente, el primer artículo que publicó sea el que aparece en
La Voz de Huancayo, el 10 de mayo de 1932: es una prosa lírica dedicada
a la madre. No sin cierta sorpresa, hemos hallado también escritos en
los que arremetía contra los comerciantes extranjeros (judíos, turcos,
chinos y japoneses), con un ímpetu nacionalista a ultranza. Una de esas
notas se titula "Hacia el nacionalismo, cuna y escuela", publicada en
Democracia (28 de mayo de 1940).
Esta posición chauvinista parece coincidir, en cierto modo, con la campaña
xenófoba que se había iniciado en el Perú durante la Segunda Guerra
Mundial, bajo el primer gobierno de Manuel Prado. Algún tiempo después,
volvería a ocuparse del tema, pero esta vez en relación con el folklore
(Cf. "Nacionalismo y folklore", en Folklore, núms. 2-21, julio-agosto
de 1949, pp. 614-615).
En la Universidad de San Marcos (junto con Luis Solari, Dionisio R.
Bernal y otros) editó la revista bimestral de literatura y arte, Los
nuevos, cuyo primer número apareció en agosto de 1938. En la edición
siguiente (oct-nov de 1938) anticipaba un fragmento de su novela Deshojando
la rosa.
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LA
VISIÓN DE LA CULTURA POPULAR EN LOS AÑOS 30
Quijada Jara -ya lo hemos dicho- ha sido, por encima de todo, el conservador
de la cultura popular. Describió, inventarió, y documentó, con esmero
y paciencia, las fiestas patronales, las danzas, los cantos, las adivinanzas,
los dichos y las costumbres, es decir, todo aquello que permite conocer
la vida íntima, las creencias y la manera de ver el mundo de los campesinos
y aldeanos. Todo lo que, desde el siglo XIX, se denomina, con una voz
sajona: Folklore.
El gran mérito de Quijada Jara es haber emprendido esta labor en forma
aislada y casi intuitiva, sin plan preconcebido ni formación metodológica,
en una época en que todavía no existía clara conciencia sobre la importancia
de la cultura popular. Por entonces, Federico Schwab empezaba a divulgar,
en la revista Sphinx, el contenido y la historia del folklore (Cf. "El
concepto histórico y sociológico del folklore", núm. 2, nov-dic.,1937;
"La raíz romántica del folklore", núms. 4-5, marzo-jun., 1939; y "El
folklore, nuevo concepto de estudio en América y la necesidad de su
orientación histórica", núms. 6-7, jul-oct., 1939).
Su preocupación por esta disciplina no estaba pues motivada por una
incitación profesional o académica. Carecía, por lo mismo, de las instrumentos
conceptuales y de las técnicas de investigación necesarias. Tampoco
disponía del marco histórico que le permitiese ponderar el valor testimonial
del ingente material de campo que iba recogiendo.
Se dedicó a este menester por mera simpatía y por un romántico apego
a todo lo nuestro. Hay que leer por eso sus primeros trabajos literarios
para saber cómo se inicia esta vocación.
Cuando ingresa a la Universidad, a mediados de la década de 1930, advierte
que la literatura y las artes plásticas estaban animadas de un hondo
sentido indigenista. Esto le impulsaría a recopilar las canciones que
había escuchado en su infancia y a describir las fiestas y costumbres
de los pueblos del interior. Así nacen las Estampas huancavelicanas.
Por esa misma época, había surgido también en el Cusco la primera escuela
de investigación folklórica, creada por Víctor Navarro del Águila (1909-1948),
que luego vendría a ser el semillero de grandes estudiosos de la cultura
popular, como Efraín Morote Best, Gabriel Escobar, Andrés Alencastre,
Josafat Roel Pineda y los hermanos Delgado Vivanco, entre otras más.
Su vocero fue la revista Waman Poma (1941-1944). Morote Best le daría
posteriormente a esta escuela un nuevo impulso, en los años de 1950,
con la publicación de la revista Tradición (1954-1958). Por su lado,
José María Arguedas empezaba a recoger en Sicuani las canciones quechuas
y a escribir sobre los ritos de la siembra y la cosecha, la feria y
las carnavales, publicando sus artículos en La Prensa (1941-1944) de
Buenos Aires. El Padre Jorge A. Lira hacía lo propio en la ciudad del
Cusco. No faltaban, desde luego, otros cultores autodidactas, en Puno
y Piura, por ejemplo.
El adelantado de estos trabajos fue, ciertamente, Adolfo Vienrich, quien
publicó, en las primeros años del siglo XX, dos libritos hoy clásicos,
en los cuales transcribía, por primera vez, fábulas y cantos de la zona.
Vienrich debió ser, con toda seguridad, el lejano inspirador de Quijada
Jara, y también de Pedro Monge, Dionisio R. Bernal, Emilio Barrantes
y Emeterio Cisneros.
Desde mediados de la década de 1930 inquietud intelectual había vuelto
a florecer en Huancayo. Dos revistas animaban el espacio cultural, enarbolando,
respectivamente, las banderas del indigenismo (Verdad y esfuerzo, 1933-1935)
y del mestizaje indoespañol (Altura, 1936-1937, esta última dirigida
por José Varallanos). Desde el lado político, El indio y El eco de los
Andes, concurrían, en su turno, a enfervorizar el ánimo de los escritores
noveles.
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LOS
PRIMEROS LIBROS
Los
libros iniciales de Sergio Quijada Jara aparecen a fines de 1930 y principios
de 1940, un período extraordinariamente fértil en ediciones de autores
de la región. De esos años datan, en efecto, algunos títulos significativos
de la bibliograta de Junín: El alma de la comunidad (1938) de Estanislao
López Gutiérrez; La tierra es el hombre (1942) y Los campesinos y otros
condenados (1943) de Serafín Delmar; Trabajadores del Campo (1938) y
Zampadas de minero (1941) de Augusto Mateu Cueva; Cobre andino (1940)
de Aníbal Cuadros; Cántaro (1944) de Antenor Samaniego; y Cardiogramas
(1946) de Clodoaldo Espinosa Bravo.
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LAS
FIESTAS PATRONALES Y LAS COSTUMBRES
La primera obra folklórica importante de Sergio Quijada Jara fue Estampas
huancavelicanas, publicada en 1944. Con este libro (aún en embrión)
había obtenido una Mención Honrosa en los Juegos Florales organizados
por la Universidad de San Marcos, el año 1940. Este reconocimiento sería
decisivo para que el autor continuase trabajando en el campo del folklore.
En 1985 lo reeditó notablemente enriquecido. Estampas huancavelicanas
es una magnífica colección de informaciones sobre las fiestas patronales,
costumbres, leyendas, creencias, canciones, adivinanzas y relatos orales
de Huancavelica.
Quijada Jara cumple el papel de atento observador y minucioso copista:
todo lo que escuchaba y veía, lo transcribía en forma literal y fidedigna.
Con esta recopilación, el autor se proponía comprender el espíritu del
campesino. "Por medio del folklore, que tiene la virtud de rastrear
las entrañas mismas de la tierra y de su gente, -dice- podemos aprender
y enseñar, y, sobre todo, comprender a nuestros propios indígenas que
son nuestra propia sangre" (p. 16).
Se limitaba, por ello, a transcribir, sin juzgar o interpretar sus informaciones.
Adoptaba siempre el punto de vista de terceras personas: "se cree",
"se dice", "cuenta la tradición", etc.
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FIESTAS
DE ORIGEN HISPÁNICO
La primera parte del libro ofrece una reseña de las fiestas patronales
de los puebbs de Huancavelica: las del Niño Callaocarpiño, del Niño
Ojje, del Niño Perdido, de la Navidad, de San Sebastián, de la Semana
Santa y de las cruces, celebradas en la misma capital; y del Señor de
Acoria, Virgen de Lircay, Virgen de lzcuchaca, señor de Jechjamarca,
etc. Lo que más llama la atención de estas descripciones es que se trata
de cultos instituidos por los españoles, muchos de los cuales fueron
reelaborados, adaptados, reinterpretados y refundidos por el pueblo
andino; y, otras veces, simplemente yuxtapuestos.
El origen de estos cultos lo explica el pueblo mediante leyendas que
difieren unas de otras. Según estas versiones, las fiestas, habrían
sido promovidas no solamente por los sacerdotes sino también por los
dueños de las minas, como el caso del Niño CaIlaocarpiño, junto con
su negrito Jacobo Illanes o Puca uchucha, hizo que el cerro de Santa
Bárbara y sus adyacentes brindasen las ingentes riquezas mineras que
guardan en sus entrañas (p. 20). San Roque, el patrón de Castrovirreyna,
está igualmente relacionado con la minería; según la leyenda, es dueño
de una rica mina de oro (p.104). Algunas ceremonias como la adoración
de los Reyes Magos o la del Niño Ojje, conservan todavía el antiguo
libreto de su dramatización (que, muy bien, pudiera ser una reproducción
de las Natividades de Juan de Encina o Gil Vicente), reescrito, claro
está, una y otra vez, por los fieles. Lo mismo puede decirse de los
villancicos, reinvenciones populares, desde su origen en la Europa medieval.
Entre este abundante material sobre fiestas religiosas, el interesado
podrá encontrar, de paso, elementos para explicar la historia de la
región. La adoración del Niño Perdido, por ejemplo, es una representación
simbólica del problema racial y social del negro. Cuenta la tradición
que este niño se habría desprendido de los brazos de la Virgen para
dirigirse a una hacienda donde trabajaban esclavos de origen africano.
La fiesta es, por eso, una exaltación étnica del negro, sobre todo,
de sus bailes y canciones (pp. 41-43). La festividad de San Sebastián,
la más celebrada en Huancavelica, no es más que la secular escenificación
de la batalla de moros y cristianos, que se practica todavía en muchas
lugares de México y Centroamérica. En esta danza los actores terminan,
a veces, en una feroz pelea.
La fase más importante de todas estas celebraciones es, desde luego,
la corrida de toros, que da lugar a una serie de ritos que duran dos
y tres días (la recepción de los toros, el velakuy, el arreglo de las
enjalmas y la corrida misma).
En algunos pueblos, como Caja Espíritu (Prov. de Acobamba), la epifanía
de la Navidad está fuertemente penetrada por el espíritu nativo. Las
competencias entre los conjuntos de bailarinas -el pascuachkuson, por
ejemplo- no son sino una versión del atipanakuy prehispánico (p.1tK).
En estas fiestas, además, es frecuente escuchar hayllis, en vez de villancicos
(Cf. Heraclio Vivanco Allende, 17 villancicos quechuas del folklore
peruano, Lima, s/f, pp. 54-57).
También aquí tiene una presencia relevante el negro que, por intermedio
del conjunto de "los negritos" simula llegar de la costa, con su cargamento
de vino y pisco. Su intervención destaca igualmente en la fiesta de
Navidad de Acobamba. Un grupo de danzantes se disfraza de negro y actúa
en forma jocosa y cómica. Lo que hace suponer que esta costumbre fue
promovida por los comerciantes que ejercían el arrieraje entre la costa
y la sierra o por las esclavos llevados a las minas (p. 117).
La fiesta es una reconstrucción histórica y social de las formas de
trabajo, practicadas en la época colonial, donde están presentes "Los
caporales" (que obviamente, personifican a los administradores del mismo
nombre), "los chutos" (o sea, los campesinos) y los "negritos": Los
mayordomos son, por cierto, los propietarios de las haciendas y de las
minas (pp. 117-118).
La fiesta de las cruces es, evidentemente, de origen hispánico y católico.
Sin embargo, en ella también puede verse la modificación que sufre la
cultura dominante en contacto con la cultura subalterna. Los organizadores
del culto (que, por lo general, son las familias más pudientes de la
localidad) toman esta celebración como diversión y medio de obtener
recursos económicos; en tanto que la masa campesina la asume con una
veneración y "una abultada credulidad", según dice el autor, "con la
seguridad de que ella representa el santo custodio de las buenas cosechas,
la que calma las iras de las agentes de la naturaleza, la que defiende
la salud y en la que el arriero deposita su confianza para que durante
el viaje no tenga percances ni sea dura la fatiga; para que no le parta
el rayo o no sea obstaculizado por los malos espíritus" (p. 62).
Este culto tiene un enorme arraigo en los países andinos, según lo registra
el libro La cruz en América de Adán Quiroga. Respecto a esta misma devoción,
Josafat Roel Pineda ha dejado valiosas transcripciones musicales de
filiación netamente indígena. Hay un caso muy singular en que el mismo
culto es practicado en dos fechas diferentes y por grupos sociales opuestas.
Es la fiesta de la Virgen Purísima que se celebra en Pampas. La misma
imagen es venerada por los indios en diciembre y en enero por los notables.
En aquella prevalecen los ritos andinas. En ésta, se reproduce la tradición
hispánica feudal. Carvallo-Neto habría podido encontrar aquí un rico
material para su estudio sobre las relaciones de castas y clases sociales
en el folklore.
El carnaval es otra de las grandes fiestas que se celebran en la sierra
y que ha arraigado profundamente en el mundo andino. Hasta ahora, nadie
ha estudiado la forma cómo esta antiquísima costumbre (de origen románico
y pre-románico), introducida por las españoles durante la colonia, logró
fundirse con las fiestas nativas. En muchos lugares del país, el carnaval
está totalmente indigenizado, según puede verse en los estudios de Víctor
Navarro del Águila, Chalena Vásquez y Abilio Vergara, dedicados al carnaval
andahuaylino y ayacuchano, respectivamente. Quijada Jara se ocupa de
esta fiesta en varias estampas.
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INFORME
Y TRANSCRIPCIÓN
Cuando se inició el trabajo de recopilación y descripción de las fiestas
y costumbres, en los años de 1940, solamente se pensaba en inventariar
y registrar las expresiones culturales populares, más con un afán de
conservación y documentación que de interpretación. No se intuía todavía,
al menos entre nosotros, la posibilidad de utilizar este corpus etnográfico
como medio de análisis y reconstrucción histórica y antropológica. Los
trabajos de recolección estaban inspirados en las corrientes positivistas;
por lo mismo, se limitaban a la mera transcripción de los eventos culturales.
Sólo en los últimos tiempos empezó aprovecharse este repositorio para
explicar y entender el proceso social de los pueblos y para conocer
sus sueños y aspiraciones.
El material acumulado por Quijada Jara y otros estudiosos es, por eso,
ahora invalorable. Como otros, Sergio Quijada Jara se limitó recoger
el acervo cultural andino, tal cual lo había escuchado de labios de
sus informantes o lo había visto con sus propios ojos. No conoció el
trabajo hermenéutico y filológico que venían realizando Vladimir Propp
y Mimail Bajtin en la URSS, Antonio Gramsci en Italia; y, algunos años
después, Carvallo-Neto en América.
Al autor no le preocupaba explicar, verbigracia, por qué los mayordomos
de la fiesta de San Miguel del distrito de Moya tenían que disfrazarse
de negros y ser acompañados de comparsas del mismo origen étnico (las
huayrachicos y los maricas). Lo mismo ocurre con la fiesta de la virgen
de Cocharcas, a la que le dedica un folleto aparte. Describe la festividad
que se desarrolla en Sapallanga, el 8 de setiembre pero no las que se
ofician en Orcotuna y Apata (en el mismo valle del Mantaro) y en Andahuaylas
e Izcuchaca, a fin de establecer comparativamente sus posibles relaciones.
En cambio, aporta un dato interesante. Señala que hasta mediados de
los años de 1930, en la danza del Inca no figuraba el grupo de Pizarro
ni la prisión de Atahualpa.
Estos episodios, dice, fueron incorporados en 1937, por iniciativa del
prioste devoto, don Ernesto Cárdenas. Lo que hace suponer que la fiesta
de la Virgen de Cocharcas tendría una procedencia sureña. Los datos
que ofrece sobre leyendas de origen, milagros, danzas, letras de canciones,
vestimenta, etc., sugieren, en efecto, que la fiesta habría sido traída
del Cusco o Andahuaylas.
Una de las canciones que se entona el día central, dice así: Cuzco llactanchicta
muyarison. Imallamanmi jamuranchic suhua llajtanmanta llapa jolljeta,
joreta tucunampaj... (p. 21).
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LO
NATIVO
El otro conjunto de estampas se refiere a las fiestas nativas, que se
relacionan con el trabajo agrícola (la siembra, el cultivo y la cosecha
de papa, maíz y cebada) y otros acontecimientos sociales: el huaylas,
el atipanakuy, el yantay, el viga huantuy, la trilla y el gala. Es la
sección que ofrece mayor interés para explicar el mundo andino.
Con estos cuadros se relacionan las estampas sobre costumbres familiares:
los ritos y ceremonias del matrimonio, pedido de mano, bautizo, muerte
y entierro del niño. Entre estas fiestas campesinas, la que más llamó
la atención de Quijada Jara fue, sin duda, la del Santiago. A ella le
consagra una sección de Estampas Huancavelicanas y una buena porción
de las Canciones de ganado y pastores; y finalmente, un opúsculo, que
se titula Taita Shanti (1974), donde reúne canciones y partituras sobre
la fiesta mencionada.
Santiago es la imagen que más difusión tuvo en América. Hace ya muchos
años, Rafael Heliodoro Valle, en un hermoso libro (Santiago en América,
1946), hizo el registro de las ciudades que llevan su nombre (más de
200); las iglesias que están bajo su advocación; las estatuas, cuadros,
bajorrelieves y escudos existentes a lo largo del continente; y las
leyendas, tradiciones y fiestas que están asociadas con su figura. Santiago
fue el santo más propalado sobre todo en los primeros años de la Conquista.
En El Quijote se afirma que es el patrón de España y su amparo "y así
lo invocan, y llaman, como su defensor suyo en todas las batallas que
acometen" (Segunda Parte, Cap. LXVII). Con esa misma aura guerrera,
la imagen pasó a tierras americanas. Pero, trocando su figura de Santiago
Matamoros por la de Santiago Mataindios, como lo señaló Emilio Choy.
Las fiestas dedicadas a este santo son incontables en diversos pueblos
del Perú. Sin embargo, no todas las celebraciones tienen el mismo carácter.
Así, en el Valle del Mantaro es relevante la figura ecuestre el santo
apóstol; pero no en los pueblos de Huancavelica, donde bajo su advocación
formal, en verdad, se rinde culto a las antiguas deidades prehispánicas
(a esta fiesta se le denominaba antes, tinyanakuy). Esto se deja notar
muy bien en las estampas.
La siguiente canción es una muestra del inequívoco rechazo que produce
el apóstol: Maytam kaytam hamuranki taita Santiago llaqtanchikpi faltarqachu
tragunanta vinokama tayta Santiago; llagtanchikpi faltarqachu cocamanta
aqamanta tayta Santiago. Por qué has venido, señor Santiago, en nuestro
pueblo no ha faltado desde aguardiente hasta vino señor Santiago; en
nuestro pueblo no ha faltado desde coca hasta chicha, señor Santiago
(pp. 182-183).
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EL
RITUAL DE LA COCA
En 1950 Quijada Jara publicó un libro, La coca en las costumbres indígenas,
donde describía, con encomiable detalle, los ritos nativos en los que
la coca tiene un papel determinante. La obra apareció cuando estaban
en plena boga las tesis abolicionistas de Gutiérrez Noriega y de las
Naciones Unidas. Empero, no tuvo la fuerza argumental suficiente para
contrarrestar tan errónea como desafortunada campaña.
El trabajo apenas logró circular entre los folkloristas, como un dato
empírico, pero no como un tema de estudio y reflexión. Era la época
del funcionalismo, no lo olvidemos.
Con este libro, Sergio Quijada Jara se anticipó largamente en el descubrimiento
del valor ritual, cultural y antropológico de la coca, tema hoy bastante
estudiado por los científicos sociales. Aleccionado por Estanislao López
Gutiérrez -quien había observado, con mucha agudeza, en El alma de la
comunidad, el papel ritual de la coca-, el autor expone los empleos
que tiene la llamada hoja sagrada en la vida cotidiana del campesino.
Los cuales son incontables.
Quijada se limita a dar algunas muestras, las suficientes para llegar
al convencimiento de la entrañable función que poseía esta planta en
el mundo andino. El auto comienza mostrando la función de la coca en
el trabajo. De acuerdo con su información, ella sirve de reconstituyente
de las energías físicas perdidas, e incluso de sustituto del alimento,
según creencia extendida. Pero, por encima de todo, dice, la coca es
un medio de concertar las diversas relaciones de trabajo colectivo,
como el ayni y la minka.
Por otra parte, en las faenas difíciles y arriesgadas -digamos, abrir
una zanja, para un cimiento o un canal-, es necesario ofrendar antes
a la tierra una hoja o un puñado de coca, a fin de preservarse del daño.
En el viaje, la coca ayuda a aliviar el cansancio y también pera adivinar
la perspectiva feliz o adversa, y propiciar un viaje venturoso, mediante
la paga (el jachulajay) a la montaña, a la cueva o al río.
Muchos años después, Catherine A. Wagner ha hecho el análisis sistemático
de estos mismos ritos (Cf. "Coca y estructura cultural en las Andes
peruanos", Allpanchis, núm. 9, 1976) y Baldomero Cáceres ha ofrecido
un resumen del estado de la cuestión, en Prejuicios y versión psiquiátrica
del coqueo andino (1985). El uso de la coca en la medicina popular,
podría haber dado lugar a un inacabable repertorio de fórmulas, pero
el aula se limita a reseñar algunos casos, acompañándolos de informes
sobre investigaciones científicas que justifican esta práctica racional.
Destaca asimismo la función de eje social que la coca tiene en los matrimonios,
velorios y "lavatorios". Y el papel central que juega en la representación
mágico-fiscalizadora, en la fiesta del ganado, llamada quintuy coca,
cuyo sentido profundo y milenario es propiciar la reproducción del ganado;
y hacer el registro de los animales por parte del propietario, en su
sentido más moderno. Teniendo la coca tanta importancia en la vida social,
obviamente debía ser motivo predilecto de la poesía y de las adivinanzas.
En los capítulos respectivos, Quijada Jara ofrece un conjunto de composiciones
en versión original quechua y la traducción correspondiente al español,
realizada por el mismo autor, con bastante libertad. En las textos incluidos,
se advierte que algunos son de creación o reelaboración última y que
sus autores anónimos estuvieron ya muy influidos por la cultura dominante.
Así lo revela la interferencia del léxico español, notoriamente profusa
en algunas canciones.
El mismo huayno "Coca quintucha", que, según el autor, "tiene paternidad
de siglos" (p. 49), delata que es de elaboración colonial o, tal vez,
republicana. Sería, por eso, interesante, analizar en qué medida las
composiciones citadas expresan el sentir originario del pueblo andino.
Ya nos ha prevenido José María Arguedas que el "sentimiento cósmico
de la soledad", por ejemplo -que aparece en algunas cantos quechuas,
como el mencionado-, tiene data muy reciente y corresponde a los campesinos
desarraigados de su medio. Pero, no es éste el lugar para ocuparnos
del asunto.
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LA
POESÍA ORAL
El mejor trabajo de Sergio Quijada Jara es, sin duda, Canciones de ganado
y pastores. Este libro fue editado en 1957, pero ya estaba concluido
cuando se efectuó el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, en
1951.
En esa oportunidad, Quijada Jara conoció a Paul Rivet, lo mismo que
a Jesús Lara, Jorge A. Lira, Morote Best y otros investigadores del
folklore que asistieron al Congreso. Es allí donde adquirió verdadera
noción de la importancia del trabajo que venía realizando. Y fue entonces
también que comprometió a Paul Rivet para que le escribiera el prólogo
del libro. Canciones de ganado y pastores es el más extraordinario trabajo
de transcripción y recopilación de la literatura oral que se haya ejecutado
en el país. Tiene un valor inmenso, no sólo para los estudios folklóricos
sino también para la lingüística, equiparable a los cancioneros de Alfonso
Carrizo y Carlos Vega.
Desde los señeros ensayos de Vienrich no se había vuelto a efectuar
una obra de esta naturaleza. Únicamente instituciones, como el Centro
Bartolomé de las Casas o el Instituto de Pastoral Andina del Cusco -que
cuentan con equipos de investigadores y gozan de financiación económica-
han podido emprender recopilaciones más sistemáticas y rigurosas.
Canciones… es obra de una sola persona; y un documento folklórico de
primera mano, que tiene el valor de permitir el conocimiento "del alma
india" señala Paul Rivet (p. 11). "En el transcurso de diez años-declara
d autor- hemos ido recogiendo en forma paciente, de labios de los mismos
paisanos" (p. 2>3). En el "reconocimiento" cita en forma genérica los
nombres de todas las personas que le sirvieron de informantes.
En su mayoría, las canciones pertenecen a la provincia de Tayacaja,
particularmente a los distritos y anexos de Pampas, Salcabamba, Salqawasi,
Huachocolpa, Ñahuimpuquio y Acostambo. Sólo una pequeña parte corresponde
al valle del Mantaro.
El autor clasifica este material con un criterio taxonómico simple:
canciones de animales (camélidos, vacunos, aves e insectos), canciones
de plantas, canciones de amor y de dolor, y cantos de fiestas de Santiago.
Estos últimos son generalmente de tono crítico y contestatario, si así
puede decirse; léanse sino estas ejemplos: Señora patrona, maytaq chukuchay
señora patrona, maytaq zapatuy, orqopi paraptin purimullani kichkata
mituta sarukullaspay. Patronay, patronay miserable patrona lechillayki
niptiypas misiypaqmi ninki suerollayki niptiypas allqoypaqmi ninki.
(p. 174).
Filológicamente, lo más valioso del libro está en la trascripción de
los cantos en su propia lengua. La cual es acompañada de la versión
española, hecha por el autor, quien no siempre se ajusta fielmente a
la materia: Quijada como Vienrich vacila muchas veces entre ofrecer
una traducción puntual o una recreación que conserve, en lo posible,
la calidad literaria de la canción.Desde el punto de vista documental,
claro está, interesa más la primera; pero, artísticamente, preferimos
la segunda.
La muerte sorprendió al autor, cuando se encontraba revisando la traducción
para unificarla bajo un solo criterio, con mirar a una nueva edición.
Cabe ahora esperar que alguna entidad haga suyo el caro propósito de
Quijada Jara de reeditar esta obra, hace tiempo agotada.
Con toda seguridad, es la compilación más rica y apreciable de la literatura
oral, transcrita y publicada a mediados de este siglo, tan importante
como las Azucenas quechuas. No en vano, la aprovechan ampliamente los
antólogos de poesía quechua, muchas veces sin reconocer su deuda con
el autor. La utilizó Alejandro Romualdo, en Poesía aborigen y tradición
popular (1984); Edmundo Bendezú, en Literatura quechua (1980), editada
en la colección Ayacucho de Caracas; y Rodrigo Montoya et al; en La
sangre de los cerros (1987), entre otras más. Este libro muestra la
preferencia de Quijada Jara por las canciones y los poemas quechuas.
En cambio, dedicó menos espacio al relato oral. En Estampas huancavelicanas
solamente registra siete cuentos.
A diferencia de Pedro Monge, que se especializó en la recopilación de
narraciones orales de la región (Cf. Cuentos populares de Jauja), Quijada
Jara eligió la poesía y la descripción de las fiestas y costumbres,
en una suerte de tácita división del trabajo.
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LA
FLOR DE CJANTU
Otra de las grandes pasiones de Quijada Jara ha sido el estudio y la
difusión del cjantu. Le ha consagrado un folleto, donde examina las
antecedentes prehispánicos de esta flor: su uso como objeto mágico,
elemento decorativo y emblema de la cultura andina. Al respecto, el
Inca Garcilaso refiere, en sus Comentarios Reales, que en la ciudad
del Cusco había un andén, llamado Cantutpata, donde se cultivaba con
esmero esta planta. "Llaman cántut -dice el Inca- a unas flores muy
lindas, que semejan en parte a las clavelinas de España... Seméjase
el cántut, en rama, hoja Y espina-, a las cambroneras de Andalucía,
son matas muy grandes y porque en aquel barrio las había grandísimas
(que aún yo alcancé)", agrega.
Quijada Jara quiso que esta flor se instituyera como símbolo nacional,
igual que se ha hecho en Bolivia. Gran devoto de la planta, se empeñó
en propagarla con sus propias manos, en los parques, en las escuelas,
en los recreos y hasta en las casas particulares. Lo más hermoso del
folleto, como es de imaginar, está representado por la colección de
huaynos y canciones que tienen a esta flor por motivo.
Citaremos, pera terminar, algunos versos, cuya traducción al español
difícilmente logra acercamos al original: Cjantu, cjantu waytachallay
ima jjenteraj rapikita septirjorja, ima jenteraj umpaikita pallarjorja.
Chaimanta punin manañan, waytankichu sapay purini, sapay wajani cjantu,
cjantu waytachallai. (pp. 28-29).
El valioso trabajo de recopilación y trascripción de canciones orales
y descripción de fiestas, realizado por Sergio Quijada Jara, fue de
amplio reconocimiento en el Perú y el extranjero: lo demuestra el prólogo
de Paul Rivet a Canciones de ganado y pastores y las menciones que aparecen
en la bibliografía hispanoamericana (Cf. Félix Coluccio, Folkloristas
e instituciones folklóricas del mundo, Buenos Aires, 1951, pp. 71- 72;
Paulo de Carvallo Neto, Historia del folklore iberoamericano, Santiago
de Chile,1969, passim).
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Referencias
bibliográficas
1.
Obras literarias
Suspiros del silencio, prólogo de Lucio Castro Pineda, Lima,1939, 80
pp.
Reliquias de madre, prosa lírica, Lima, 1941, 28 pp.
Deshojando
la rosa, novela, en "A tono de hermandad" de Julio Garrido Malaver,
Lima,1941, 94 pp.
Trilogía
de adolescente, prólogo de Manuel J. Baquerizo, Huancayo, 1989,108 pp.
(Reedición de Suspiros del silencio, Reliquias de madre y Deshojando
la rosa).
2.
Obras de folklore Estampas huancavelicanas.
Temas folklóricos, Lima, 1944, 192 pp.; 2da. ed., corregida y aumentada,
Lima,1985, 320 pp.
La
tradicional fiesta de la Virgen de la Natividad de Cocharcas, Sapallanga,1947,
24 pp.
La coca en las costumbres indígenas, Lima, 1950; 2da. ed., Lima, 1982,
88 pp.
Canciones
de ganado y pastores, prólogo de Paul Rivet, Huancayo, 1957, 336 pp.
Kantuta
fIor nacional del Perú, Huancayo,1959, 30 pp.; 2da. ed., Ed. Capulí,
Lima,1986, 34 pp.
Lenguaje
del trago, Huancayo, 1965; 2da. ed., Huancayo, 1968, 20 pp.; 3ra. ed.,
Huancayo,1990.
Las
aves en la tradición popular, Huancayo,1970, 41 pp. .
Taita Shanti, Editorial Sebastián Lorente, Huancayo,1974, 62 pp.
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